La contaminación lumínica se está convirtiendo en un problema de primera magnitud en las ciudades.
Susana Malón, especialista reconocida en contaminación lumínica, cree necesario generar una nueva cultura de la luz.
La Navidad está ya a la vuelta de la esquina y, con ella, las calles de los pueblos y ciudades de todo el mundo se llenan de luz con estampas lumínicas de lo más variadas que ayudan a crear un ambiente cálido y entrañable. Pero, ¿somos conscientes de la contaminación lumínica que tenemos en nuestras ciudades y con la que vivimos a diario?
Según un informe publicado por la Naciones Unidas se prevé que en el año 2050, un 70% de la población habite en ciudades. Uno de los grandes desafíos a los que éstas se enfrentan para ser sostenibles e innovadoras es la necesidad de ser diseñadas para adaptarse a los requerimientos de sus habitantes y visitantes, teniendo en cuenta su diversidad.
Y es que no podemos olvidar que las ciudades son las principales emisoras de contaminantes en general. De hecho, son las productoras de más del 70% de la contaminación mundial y, entre los contaminantes que más emiten las urbes, están los relacionados con las luminarias.
La contaminación lumínica es uno de los problemas ambientales de mayor crecimiento en los últimos años a causa, principalmente, del alumbrado nocturno de exteriores en el medio urbano, cuyo impacto negativo afecta, sobre todo, a los ecosistemas nocturnos entre los que se incluyen las especies vegetales, animales y también las personas. En España, esta contaminación lumínica se ha disparado en los últimos 10 años, convirtiéndose en el tercer país europeo con mayores niveles contaminantes lumínicos.
Susana Malón, una de las mayores especialistas a nivel mundial en contaminación lumínica, afirma que “es necesario generar una nueva cultura de la luz. Un exceso de iluminación no se percibe como contaminación y eso es un problema si queremos que nuestras ciudades sean habitables y sostenibles. Necesitamos aumentar la calidad de la iluminación y que redunde en un mayor confort para los ciudadanos, a la vez que se mejore la eficiencia energética”.
No sabemos a ciencia cierta cómo será la fisionomía de las ciudades del futuro. Lo que sí sabemos es que la tecnología está ya jugando un papel esencial y que el alumbrado inteligente ha llegado para quedarse, ya que no solo aporta beneficios en términos de eficiencia energética sino que también contribuye a disminuir el exceso de luz artificial a la que están sometidos los núcleos urbanos.
Según los expertos, disminuir la cantidad de luz no significa que disminuya la seguridad ni la visibilidad. No se trata de apagar las farolas ni de cambiarlas todas de golpe. La solución pasa, entre otros, por adecuar los niveles de iluminación a las recomendaciones internacionales, instalar luminarias LED y, sobre todo, hacer un uso responsable de la luz iluminando sólo las zonas y áreas que lo necesiten, siempre de arriba hacia abajo y sin dejar que la luz se disperse hacia otras zonas. “Mejorar la eficiencia del alumbrado público es uno de los retos más inmediatos. Una iluminación eficiente y rentable es posible. Gracias a los sistemas de gestión y control ya es posible reducir la potencia y conseguir unos niveles de iluminación adecuados y sostenibles sin que ello perjudique la cantidad de luz”, comenta Malón.